Luz Helena
Caballero

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Luz Helena Caballero: la alegría ligera

Galería El Museo

1993

Por: Javier Gil

Luz Helena Caballero exhibe una serie de bodegones producidos entre 1992 y 1993. El tema importa poco, incluso parece ser elegido para que tanto la pintora como el espectador no se extravíen en anécdotas, argumentos o conjeturas y se sitúen directamente en la pintura como único y real tema. Lo primero que se experimenta es una sensación de conjunto, más que obras aisladas se percibe la sala como un espacio global hilvanado por el tono luminoso y alegre que impone el color.

Este se confirma como fenómeno original, no remite más que a si mismo, con su simple aparecer realiza, construye y dota de amabilidad los objetos que toca. En consecuencia, el color no es medio, instrumento, signo o simple extensión: es        -como diría Klee_ “el lugar donde se encuentra nuestro cerebro y el universo”. Intensidad que penetra y descifra la generosidad del mundo.

 

La sensación de unidad se presenta también al interior de cada obra. Hay justeza y precisión, aún lo decorativo deja de ser mero agregado para adquirir potencia compositiva y estructural. No se presentan jerarquías que disocien forma y color, tampoco dicotomías entre forma-fondo, objeto-entorno; la ligazón de todos los recursos plásticos se produce de una manera espontánea, fácil y natural. Los planos de color pese a construir niveles, distancias y espacios no renuncian a esa unidad esencial, la cual adquiere cierta movilidad y gracia rítmica merced a la feliz placidez de la línea curva. La conquista del color y de la unidad en un trabajo lento, pero revelador del acto de pintar. La artista deja que las capas de color se sobrepongan poco a poco: toques, retoques y caricias del pincel se han sucedido sin prisa y con el goce de aquello que fluye sin preocuparse por el punto de llegada. Los bodegones han sido hechos esperando que ellos mismos vayan definiendo su aparición, sin ignorar que  el aparecer no puede forzarse ni violentarse. Detrás de ellos nos reencontramos con el olvidado placer de pintar.

 

Color, luz, unidad, placer y –finalmente- ligereza y levedad. Nada es estable, brusco o fijo en estas imágenes, una sensación leve y ligera confirma la alegría de la luz y el color. Las cosas parecen liberarse del peso y la gravidez, se saben felices y nos recuerdan a Italo Calvino comentando a Leopardi: “Porque el milagro de Leopardi fue el de quitar al lenguaje su peso hasta que se asemejara a la luz lunar”.